Tres colores: el blanco de Lanzarote

El verano pasado, no tuve muchas vacaciones pero tengo que reconocer que fueron bien aprovechadas. Tras unas búsquedas de último minuto, nos decidimos por una semana en Lanzarote y conseguimos evitar los lugares donde el turismo masificado no tiene nada que enviar a Barcelona! Encontramos una casita en el pueblo de Punta Mujeres, conocido por sus piscinas naturales (todo un gusto poder darse un baño antes de tomar el primer café del día!). De allí, nos resultó muy fácil recorrer la isla en coche.

Lo primero que impacta de Lanzarote es obviamente su naturaleza espectacular y sus paisajes lunares. Las rocas volcánicas confieren a la isla un aspecto salvaje, casi desolado y bastante único, que contrasta con las zonas marinas, bastanta más diversas de lo que me esperaba.

Para ser sincera, temía presenciar una densidad turística demasiada alta para mi tolerancia. Bueno, fuimos en agosto y recuerdo que el turismo masificado de Santorini el año anterior me había agotado un poco... En Lanzarote, no se puede negar que había turistas pero tampoco tantos como lo temía. Resulta que un día, un poco sin quererlo, acabamos en el pueblo de Playa Blanca... y creo que allí se escondían todos los turistas! Podría ser bonito el pueblo pero está tan orientado al turismo que no parece tener nada auténtico. Las playas son bonitas pero tienes que aguantar los paseos marítimos llenos de bares y restaurantes donde, igual que en La Rambla de Barcelona, parece que se habla todos los idiomas menos español. Después de haber disfrutado de la tranquilidad de Punta Mujeres (donde había turistas... pero no se notaba!), Playa Blanca fue "too much" para nosotros. La otra decepción fue Costa Teguise. Nos habían hablado bien del pueblo. Nosotros solo vimos una ciudad sin alma, una especie de centro comercial de tiendas de recuerdos y bares turísticos.

A parte de estas dos decepciones, nos encantó la isla y como acabo de decirlo, disfrutamos mucho de la tranquilidad bastante sorprendente por ser temporada alta. Como anécdota, solo consta contar que era tan tranquila la vida en estos pueblos que tardamos tres días antes de ubicar una farmacia! Y nunca conseguimos entender los horarios tampoco...

Los llamados puntos de interés turístico valen la pena si queréis hacer otra cosa que tostaros al sol, aunque por supuesto, allí no podréis disfrutar tanto de la tranquilidad. Nosotros conseguimos visitar la Cueva de los Verdes, los Jameos del Agua y el Mirador del Río. Lo más impresionante es probablemente el parque del Timanfaya, o "Montañas de Fuego", un nombre que me encanta! Os contaré más detalles en los próximos artículos pero ya os puedo adelantar que no lamentamos en absoluto haber comprado el bono en el cual entraban todas estas visitas!

Y allí es donde empiezo con mi juego de los colores otra vez (véase ejemplos previos en Bilbao, Nueva York, Santorini o Madrid!). Claro, podría publicar mis fotos por orden cronológico... pero dónde estaría la gracia? Así que intenté encontrar los colores que me parecían definir mejor Lanzarote y como la isla me dio la sensación de poder propocionar un escenario natural incomparable para una película, voy a intentar hacerlo con un guiño cinematográfico.

El primer color de la trilogía es el menos obvio: el blanco. El blanco de los pueblos, para ser más precisa. Igual que en las islas griegas o muchos lugares del Sur, los pueblos se caracterizan por esta blancura que, en el caso de Lanzarote, viene aún más marcada por el contraste creado con otros colores del paisaje alrededor. Vistos de lejos, parecen manchas blancas en un lienzo dominado por otros colores más intensos...


Vista desde la casita de Punta Mujeres

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Jameos del Agua
 
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 Haria

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Por la carretera

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El Golfo

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Punta Mujeres

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Mala

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La Graciosa


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